¿Por qué las mujeres tenemos que guardar un papel pasivo y siempre aparentar lo que no somos? Nos levantamos por las mañanas con el pensamiento lleno de telarañas: recuerdos en forma de arañas que tejen y tejen más confusión. Tratamos de decirlo, lo comentamos entre amigas pero siempre con ese dejo de temor femenino que nos hace decir todo de color Rosa y, aunque el veneno de la araña se encaje en nuestra cabeza, dejamos eso a un lado y lo mostramos tan sólo como un sufrimieto inapelable característico de las feminas. No decimos que se nos revienta el hígado porque la Bruja maldita (y con eso me refiero a cualquier bruja maldita que ronde nuestras vidas) se le ocurrió molernos a palos ese de palabra, obra u omisión. Lo único que hacemos es presentar sutiles quejas, sin palabrotas para no ser, además de tonta sufrida, una vulgar. Esa quietud también se ve en el tema del amor que más de una vez, en lugar de darnos momentos llenos de loca pasión y paseos por las nubes, nos patea el trasero y nos hace sentir rídiculas, absurdas, estúpidas, locas, confundidas,... No dices nada, no lo haces porque crees que tienes la culpa de hacer, decir o sentir lo que fuese. Eres la culpable de que un idiota te ilusione, te prometa, te castigue, se eleve el ego a tus costillas, se burle en tu cara y luego te diga que no pasa nada, que "Las mujeres tienen una gran imáginaciòn y ven lo que no es". Te preocupas todo el tiempo de no parecer una tonta, de que no te odie por ser sincera y no decirle que, en realidad, es un tarado que se merece que le bajen su orgullo varoníl a suerte de palazos y uno que otro femenino bofetón
La pasividad de la mujer consta de eso: el hundimiento de su propia identidad para ser fiel al mundo de machos que crece como Roble en la propia casa y en donde se espera que ellos, todo el tiempo, hagan su santa voluntad, mientras nosotras nos colmamos de vanales obsesiones pues, si "de por sí somos tontas", lo único que nos queda es ocuparnos de la belleza, la juventud, la gracia, la maternidad futura o presente, acaparar el amor y los buenos partidos, escapar de la soledad, pero sobre todo esa maldita y eterna pasividad que nos impide decir o hacer lo que queremos, lo que en realidad somos y ser sinseramente inteligentes.